La guitarra tiene el alma de una niña de ojos claros.
En su caja guarda un nido tembloroso de gorjeos.
A jardín por primavera su cordaje yo comparo:
la tonada es una fuga de nostálgicos deseos
que susurran los ensueños de la niña de ojos claros.
Es un alma que ve rojo, sufre celos la guitarra,
cada cuerda, carne viva, se retuerce enronquecida
al contacto de la mano que se crispa como garra;
van temblores de beodo y estertores de suicida
en la queja desgarrante de la trágica guitarra.
La guitarra guarda un alma de mujer desengañada:
esas cuerdas son las canas de su testa fatigada;
hoy tan sólo queda el eco de su risa de coqueta,
y las notas son hermanas de la nieve esparramada
en la barba temblorosa de un romántico poeta.
La guitarra tiene un alma de mujer desengañada.
La guitarra sin cordaje es cual una sepultura,
en su puente se callaron los acordes de tristura
como mueren los sollozos en agónica garganta,
y su caja destrozada es retrato de la oscura
existencia en cuya sombra ningún trino se levanta
y no deja ni su nombre en la angosta sepultura.