Quietud

El ojo de la noche

descubre el pálido abandono

y absorbe hasta el negro su blancura.

He aquí un espejo vacío

que alcanza

la otra cara del vacío.

He aquí una apertura sin fin

y sin confín.

¡Mira como el amante huido

se borra para sí

y es una gota de dolor

que el veneno

alimenta de vana blandura!

La quietud sin horizonte

abre las venas del aire

y el aire arranca al desierto de mi boca.

Y vuelve mi caballo

a Pasargadas

arrastrando el espectro

del deseo

mientras esbozan sus cascos

vanos indicios de movimiento en la arena,

borrados de inmediato

por el viento.

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