Canto cuarto

Reposando en el cuenco de la luna
Ycon los ojos tan lejos
Que se diría
hierba de los lagos;
Ysobre ti, nieve dulce que los años pacen:
El terror de este canto
O su ternura oculta entre el follaje
Como la boca de un venado.
Sobre ánforas muertas y sepultos espinos,
La rama del corazón es posible
Yse alza y te toca, impalpable caricia
A través de tu pecho desleído.
Yluego el viaje en tren
Yaquella dama lánguida
Sonriendo veloz a telégrafos y búhos:
‘Dennis, Dennis, tú no estás,
Pero las yeguas paren.’

La espina del Sol,
Desde el reloj de piedra,
No los ojos primeros tasajea
Sino cegadas máscaras, memoria
De lo no vivido, fruto insomne
Que antecede a la semilla.

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