Elegías y soneto a Silvia

Elegía y soneto a Silvia

¿Por que a verte volví, Silvia querida?
(Elegía I)

¿Por qué a verte volví, Silvia
querida?
¡Ay triste! ¿para qué? ¡Para trocarse
mi dolor en más triste despedida!

Quiere en mi mal mi suerte deleitarse;
me presenta más dulce el bien que pierdo:
¡Ay! ¡Bien que va tan pronto a disiparse!

¡Oh, memoria infeliz! ¡Triste recuerdo!
Te vi… ¡qué gloria! pero ¡dura pena!
Ya sufro el daño de que no hice acuerdo.

Mi amor ansioso, mi fatal cadena,10
a ti me trajo con influjo fuerte.
Dije: «Ya soy feliz, mi dicha es plena».

Pero ¡ay! de ti me arranca cruda suerte;
este es mi gran dolor, este es mi duelo;
en verte busqué vida y hallo muerte.15

Mejor hubiera sido que este cielo
no volviera a mirar y sólo el llanto
fuese en mi ausencia todo mi consuelo.

Cerca del ancho mar, ya mi quebranto
en lágrimas deshizo el triste pecho;20
ya pené, ya gemí, ya lloré tanto

¿Para qué, pues, por verme satisfecho
vine a hacer más agudos mis dolores
y a herir de nuevo el corazón deshecho?
De mi ciego deseo los ardores25
volcánicos crecieron, de manera
que víctima soy ya de sus furores.
¡Encumbradas montañas! ¿Quién me diera
la dicha de que al lado de mi dueño,
cual vosotras inmóvil, subsistiera?

¡Triste de mí! Torrentes, con mal ceño
romped todos los pasos de la tierra,
¡piadosos acabad mi ansioso empeño!

Acaba, bravo mar, tu fuerte guerra;
isla sin puerto vuelve las ciudades;
y en una sola a mí con Silvia encierra.
¡Favor tinieblas, vientos, tempestades!
pero vil globo, profanado suelo,
¿es imposible que de mí te apiades?

¡Silvia! Silvia, tú, dime ¿a quién apelo?
no puede ser cruel quien todo cría;
pongamos nuestras quejas en el cielo.

Él solo queda en tan horrible día,
único asilo nuestro en tal tormento,
él solo nos miró sin tiranía.

Si es necesario que el fatal momento
llegue… ¡Piadoso Cielo! en mi partida
benigno mitigad mi sentimiento.

Lloro… no puedo más… Silvia querida,
déjame que en torrentes de amargura
saque del pecho mío el alma herida.

El negro luto de la noche oscura
sea en mi llanto el solo compañero,
ya que no resta más a mi ternura.

Tú, Cielo Santo, que mi amor sincero
miras y mi dolor, dame esperanza
de que veré otra vez el bien que quiero.

En sola tu piedad tiene confianza
mi perseguido amor… Silvia amorosa.
El Cielo nuestras dichas afianza.

Lloro, sí, pero mi alma así llorosa,
unida a ti con plácida cadena,
en la dulce esperanza se reposa,
y ya presiente el fin de nuestra pena.

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¡Oh, dolor! ¿Cómo, cómo tan distante…?
(Elegía II)
¡Oh dolor! ¿Cómo, cómo tan distante
de mi querida Silvia aquí me veo?
¿Cómo he perdido todo en un instante?

Perdí en Silvia mi dicha y mi recreo;
consentí en ello ¡ciego desvarío…!
consentí contra todo mi deseo.

Y ved, aquí conozco el yerro mío,
ya cuando repararlo no es posible,
y es fuerza sufra mi dolor impio.

Así el nuevo piloto al mar terrible
se arroja sin saber lo que le espera,
y ármase luego la tormenta horrible.

En negra noche envuelta ya la esfera,
pierde el valor, el rumbo y el acierto;
y a todos lados ve la parca fiera.

Pero al fin él verá su ansiado puerto,
o acabaránse pronto sus tormentos;
bien presto ha de mirarse libre o muerto.

Y aún en medio del mar ¿qué sentimientos
puede tener cuando en luchar se emplea
contra las fuertes ondas y los vientos?

Solo yo… yo he perdido hasta la idea
de un débil esperar: no hallo consuelo
¡Ay Silvia… no es posible que te vea!

Ni morir pronto espero; ni mi anhelo
puede agitarme tanto, que ocupada
no sufra mi alma el peso de su duelo.

En una calma triste y desastrada,
fijos tengo los ojos en mi pena
sin lograr más que verla duplicada.

En derredor de mí tan sólo suena
el eco de los míseros gemidos
con que mi triste pecho el aire llena.

Sólo el dolor por todos mis sentidos
entra hasta el corazón: todo es quebranto
que el alma abate en golpes repetidos.

¡Ay Silvia! Si a lo menos tú, mi llanto
pudieras atender y mis sollozos…
¡Ah! mi acerbo dolor no fuera tanto.

Silvia, Silvia, os dijera: «Ojos hermosos,
mirad mi situación, ved mi tormento»;
y al instante, mirándome piadosos,
desvanecieran todo el mal que siento.
Acabadas por ti mis aflicciones,
a tu piedad deudor de mi contento.

Corriera ardiendo a ti: mis expresiones
fueran dulce llorar… ¡Con qué ternura
te estrechara…! ¡Ay! ¡Funestas ilusiones!

No, Silvia, no: la pena, la amargura
es todo lo que encuentra mi deseo:
cuanto alcanzo a mirar es noche oscura.

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Bien puede el mundo entero conjurarse
Soneto a Silvia Bien puede el mundo
entero conjurarse
contra mi dulce amor y mi ternura,
y el odio infame y tiranía dura
de todo su rigor contra mí armarse;

Bien puede el tiempo rápido cebarse5
en la gracia y primor de su hermosura,
para que cual si fuese llama impura
pueda el fuego de amor en mí acabarse;

Bien puede en fin la suerte vacilante,
que eleva, abate, ensalza y atropella,
alzarme o abatirme en un instante;

Que al mundo, al tiempo y a mi varia estrella,
más fino cada vez y más constante,
les diré: «Silvia es mía y yo soy de ella.»

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Ya mi triste desventura
(Yaravi vIII) Ya mi triste desventura
no deja
Esperanza de tener
alivio;
y el buscarlo sólo sirve5
de darme
el tormento de mirar
lo perdido.

En vano huiré buscando
regiones
donde olvidar a mi dueño
querido:
con la distancia tendrá
mi pecho
sus recelos y su amor15
más fijos,

Lloraré cuando estén lejos
mis males;
y emitiré los más tristes
gemidos;
y no tendré el consuelo
de verte,
ni de que sepas mis crueles
martirios.

Decidme, querido dueño:25
¿qué causa
pudo mudar ese pecho
tan fino?
¿no te mueve a compasión
el verme
que huyendo de tus crueldades
expiro?

¿Con qué corazón oyeras
decir
que por ti murió quien firme
te quiso?
no seas, amada prenda,
no seas,
de mi desdichada vida
cuchillo.

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